jueves, 30 de abril de 2009

El amolado

Necesito alguno de esos que predican la palabra del Grande. Me urge uno que con sus palabras me estafe, me traicione, me ilusione y me rescate, para ver la luz de mañana, otra vez. Cantares se revuelquen en mí, ser buen aprendiz y que me den gracias por ser tan atento, tan ingenuo, tan feliz. Cuando mis ojos se llenen de ese brillo en contemplación y forme rictus de satisfacción, entonces lléname de luz, persona que me habla así, tan bonito, tan terriblemente embustero y con seguridad matona. Dame ungüento para mis heridas, dame amor, vida mía. Dame la palabra que me toque las entrañas y vea tierna la mañana. Grito desde lejos una presencia así, tan poderosa en el contexto y tangible que al amar no haya pretexto. El café, el pan, el desayuno, hazme que deleite eso y crearme a tu lado el monstruo hombruno. Pero antes lléname de tu falacia y que sea eterna ¿por qué no? Si he de morir que sea cantando, tal vez rabias por dentro se borren y con mentiras se torne tan sublime como una obra de Shakespeare, un momento de Ingmar Bergman, un trazo de Frida o tal vez …un poema.

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