El maniquí

Dice el sabio que todo nace y se crea de una idea. Creo que está loco. En una serie de reflexiones frente al barril de basura, es para mí ver (como mi verdad absoluta) contarles que no parece que todo surja de ideas. Todo cambió a partir de ella. Mis noches marchitas, desperdiciadas, amargamente trituradas (¡OH ideas mías!) por ella, la maniquí de mis sabanas. ¿Qué acaso es muy difícil hacer muecas, voltear los ojos y gritar como loca? Para ti si, mi querida mima, y eso me convierte en el charro sin tequila. Mi pequeño enojo no es para menos, si una de mis contadas opciones del concepto Gozo, Felicidad Celestial o si a un obispo pedofilo le pregunto, niños. Entiendo, tus prioridades son otras; estar rodeada de ropa en una pasarela de moda, en la tienda de prendas exóticas con mujeres rodeándote en su shopping vicioso o sólo ajustarte esos pantalones que, como a todas ustedes, se les ve el trasero exquisito. Cuando hiciste pedazos mi alma aquella noche triste, con la mirada fría que tanto te distingue, no me quedó otro camino que llorar cual Pepe el toro llora a su torito. Si de lágrimas hablamos, son las que te faltaron, mi helada actriz de la cama. Si tú sólo quieres hacerme feliz, este no es el camino. Mientras mi finalidad es la de llenarte en el colchón, la tuya es entregarme el cuerpo vacío, cuando lo quiero lleno. Si mi trabajo no te es suficiente, al menos deja entregarte mi corazón, que su valor en el mercado negro se elevó desde que te encontré entre los cuchitriles de ese almacén. Estabas allí, desnuda, sola, tan callada que no me atrevía a preguntar lo que te ocurría. Me vi envuelto en encantos carnales que te adornaban. No vi salida mas que la de raptarte, llevarte a las sabanas de un triste barrendero solitario. Mi idea de hacerte humana no fue una idea en sí, fue una necesidad, una necesidad voraz, carnal.